
¿Recuerdas alguna vez en la escuela que te enseñaran qué son las emociones y para qué sirven? ¿Te preguntaron alguna vez cómo te sentías haciendo tal o cual tarea?
Todavía vivimos en un paradigma educativo y social cartesiano ( «Pienso, luego existo” (1)) que alimenta un tipo de pensamiento ( lógico, matemático analítico) y acciones, al servicio de una idea de lo que tenemos que ser, sin respetar lo que somos y lo que sentimos, premiando la razón y despreciando la emoción. De esta manera, nos olvidamos de atender una parte vital y esencial del ser humano: su mundo afectivo – emocional.
Como señala Elsa Punset (2), «la ciencia demuestra que todo -hasta un pensamiento- arranca de una emoción. ¡Somos seres más emocionales que racionales!». Es por ello que necesitamos atender y aprender a gestionar nuestras emociones para una mejor relación con nosotros mismos y lo que nos rodea.
Etimológicamente, el término emoción viene del latín emotĭo, que significa «movimiento o impulso», «aquello que te mueve hacia».
Como indica Marcelo Antoni (3), la emoción es un movimiento que nos lleva a replegarnos o abrirnos al medio ambiente y a los demás. En otras palabras, me lleva a contactar o retirarme de lo que me rodea de distintas formas, según la emoción. Reconocer qué siento me va a permitir atender mis necesidades de tiempo presente, elegir en función de lo que me pasa en esta situación, desde cómo estoy y no desde ideas, creencias o una mala escucha de lo que me ocurre, que puede incluso ir en contra de mi organismo.
Creemos que establecer una definición exacta de qué es un ser humano sería imposible y además englobaría multitud de explicaciones. Para el asunto de este artículo, podríamos definirnos como “una estructura física que produce y sostiene emociones, pensamientos, acciones y conductas”. La calidad de cómo nos percatamos de lo que sentimos, qué pensamos de lo que sentimos, y qué hacemos con lo que pensamos y sentimos determinará nuestra salud, autoapoyo y relación con nosotros mismos, con los demás y con el medio ambiente.
Por distintas razones y factores a veces interrumpimos esta conexión y comunicación. Por ejemplo, estoy con alguien que me dice algo que no me gusta y mi cuerpo me envía unas señales de rabia y malestar: pero no me doy cuenta de que siento rabia, tal vez empiezo a pensar que tengo que reírme para agradar y lo que hago es quedarme en contra de mi malestar; y mi malestar aumenta. Tal vez el malestar comenzó porque no tuve consciencia de lo que sentía y mis pensamientos y acciones fueron descoordinados o en contra de lo que sentía. Puede ocurrir que identifico lo que siento pero me reprocho por lo que siento y pienso que soy «malo» o «indigno», y hago otra cosa que no está en relación con lo que siento.