
Como hemos ido argumentando en los anteriores artículos, las emociones tienen una función en nuestra vida, ninguna está en nosotros para amargarnos, siempre nos protegen o nos avisan de algo, siempre tienen un importante papel para nuestro organismo y para nuestra salud.
En este artículo vamos a dar unas pinceladas sobre la rabia, una energía que desde mi punto de vista tiene poco reconocimiento y genera poca consciencia sobre ella, con la consecuente gestión destructiva de la misma. A modo de metáfora, es como si tuviéramos la energía de la electricidad y solo la utilizáramos para electrocutarnos o electrocutar al otro, en vez de usarla para hacernos la vida más fácil a nosotros mismos y a los demás.
La rabia es un estado emocional que varía en intensidad y cualidad y va desde la leve molestia, pasando por la irritación y el enfado, para llegar hasta la cólera y la furia, dependiendo de la dosis y gestión que hagamos de ella. Esta respuesta energetiza y modifica nuestro organismo movilizando recursos para emprender una acción. La mayoría de las veces es el “combustible” que utilizamos cuando necesitamos movernos.
Instintivamente, la rabia se da ante estímulos que el organismo interpreta como amenazas para su supervivencia psíquica o física, o para salvar obstáculos que dificultan la satisfacción de una necesidad.
La expresión natural de la rabia se da a través del aumento de la agresividad sentida como fuerza con la que emprender una acción, organizando la conducta y aumentando la competitividad y la motivación para conseguir aquello que deseamos. En otras palabras, sentimos rabia porque lo que vemos y percibimos de la realidad no nos gusta. La rabia nos genera un plus de energía para defendernos ante eso y eliminar los posibles obstáculos que consideramos que perturban nuestra satisfacción o deseos, e ir a la consecución de nuestros objetivos.
Las zonas del cuerpo donde solemos sentir la rabia es en el bajo vientre, también sentimos tensión en la mandíbula y los dientes, fruncimos el ceño, nos cambia la expresión, cerramos las manos y podemos escuchar que nuestro tono y volumen de voz aumentan.
Como indica Javier Vallhonrat Ghezzi en su artículo La Rabia, una perspectiva gestáltica, Fritz Perls (1) distinguió tres formas básicas de fijación en el uso de la rabia.
La primera, “neurosis”, se caracteriza por la inhibición de la rabia, prefiriendo el organismo evitar el contacto agresivo. La segunda, “delincuencia”, se caracteriza por el uso excesivo y disfuncional de la rabia, con la consecuencia de daño hacia el otro o el ambiente. En la tercera, “agresión del Yo a su propio ambiente interno”, la persona que está más influenciada por una emoción opuesta a la rabia, como por ejemplo la amabilidad (aceptada por el Yo como ideal de conducta), percibirá la rabia como un estado peligroso e inaceptable, generándose energía de agresión; en el caso contrario, la persona que está más acostumbrada a la utilización excesiva de la rabia como forma ideal de relación con el ambiente, habrá escindido la cordialidad, la amabilidad o la dulzura de su Yo funcional, generándose asimismo agresividad inconsciente hacia esos polos.